Chimamanda Adichie en su libro la flor púrpura lo plasma impecablemente. Hay un tipo de narcisismo que es el narcisismo social y que de dientes para afuera, se esconde detrás de una persona caritativa, que hace donaciones, que pertenece a juntas directivas de fundaciones y que aparenta ser muy compasivo con todos, como la luz de la calle, el personaje ideal socialmente, pero que en su hogar es un verdadero tirano, maltratador y ególatra. ¿Puede suceder algo similar cuando se trata del hogar que somos nosotros mismos? Creo que la respuesta es un contundente sí. Muchos intentamos llevar vidas desde la compasión hacia los demás pero hacia adentro nos ponemos tantas trabas y barras imposibles de cumplir que podemos, sin ser conscientes o sin tener una clara intención, ser nuestros propios enemigos, nuestros propios maltratadores. Vivimos relaciones tóxicas en nuestro interior. Este comportamiento puede estar fundamentado en cuanta herida de la infancia queramos escarbar, o no. Realmente no sé si ahondar en el pasado, sea el método de tratamiento más efectivo. Conociendo muchos adultos que transitamos por el mundo siendo poco compasivos con nosotros mismos, creo que el abordaje debe ser más inmediato y contundente. Y esto me trae a un relato que hoy, una de mis grandes amigas ha compartido conmigo:
“Un antiguo indio Cherokee dijo a su nieto: hijo mio dentro de cada uno de nosotros hay una batalla entre dos lobos. Uno es malvado. Es la ira, la envida, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras y el ego. El otro es benévolo. Es la dicha, la paz, el amor, la esperanza, la humildad, la bondad, la empatía, la verdad. El niño pensó un poco y preguntó: abuelo ¿qué lobo gana? El abuelo respondió “el que alimentas”.
El que alimentas en el presente, desde hoy. Desde un cambio de leguaje hacia el espejo.
“Me gusta sufrir” es una frase que he repetido cientos de veces. Y sí, me he hecho creer que me gusta, pues me gusta cierto tipo de sufrimiento como el del deporte muy demandante, o imponerme una meta difícil como escribir un libro y resistir cuando esta meta está complicada y se pierde en el camino. Pero no me gusta ni un pelo sufrir en relaciones sin sentido, no me gusta que no sean consecuentes conmigo, no me gusta sentirme insuficiente, no me gusta la gente inconsistente, no me gusta el dolor de las mentiras o del desengaño. Entonces, ¿me gusta sufrir? Pues no. Me aterra. El hecho de que me guste lograr cosas difíciles, no significa que me guste sufrir incansablemente.
¿Qué lobo alimentar?
A veces, alimentar al lobo benévolo es más complicado que al malvado, pues los comportamientos sin autocompasión se han convertido en la regla y el modus operandi de muchas personas, tanto que la paz, el amor y la dicha, son estados del ser que no sabemos recibir. Vivimos tan encadenados al sufrimiento que su ausencia nos parece sospechosa. Nos parece inconcebible caminar el camino de menor fricción pues aparentemente representa debilidad.
Analizándolo desde esta perspectiva, creo que aquí radica uno de los principales problemas de occidente. Ya lo había identificado hace varios años el Dalai Lama, cuando incrédulo recibía esta información de que podemos ser la persona que mas daño nos hace. ¿Cómo así? ¿Ustedes allá son literalmente capaces de odiarse a ustedes mismos? El pobre casi no entiende esta afirmación. Cuentan que cuando lo supo, decidió dedicar gran parte de su vida al trabajo de la compasión, pero partiendo desde el primer peldaño de la misma: compasión hacia nosotros mismos. es decir no hacer daño, incluyendo y empezando por el daño que nos hacemos a nosotros mismos.
¿Eres un villano contigo mismo o ya estás alimentando a tu lobo benévolo?